El ’Ciclón’ disputó el título en 1969 pero cayó ante Cristal. Este año tratará de cerrar esa herida y ser campeón por primera vez en su historia
ENRIQUE VERA (@kiquevera)
Redacción online
Juan Aurich ha detenido el curso del tiempo en Chiclayo. Lo detuvo tras el segundo gol que ayer consiguió, vía el paraguayo Balbuena, y que de paso pagó el boleto en primera clase a la Copa Libertadores 2012. Habían pasado 42 años (y ya se iban a cumplir 43) desde que el ‘Ciclón’ no accedía a una final. Más aun, desde que el escarlata chiclayano tenía negada la bendita posibilidad de ir por la revancha de aquella infausta noche de enero del 69, en el Estadio Nacional. Y mandarla, por fin, al archivo. Pasar el viejo trago amargo de una buena vez.
El gol de Balbuena es la medalla equivalente al cabezazo con que al último minuto Eladio Reyes, comandante del ataque norteño de finales de los 60 en sociedad con Próspero Merino y Hugo Lobatón, batió el marco del Octavio Espinoza en el Picasso Peratta de Ica. Era la clasificación, por idéntico marcador al de ayer en Chiclayo (2-1) para el lance definitorio del Descentralizado 1968 (entonces, los torneos solían prolongarse hasta el año siguiente) ante el Sporting Cristal que dirigía Didí.
Un mar rojo, “el Mar Rojo” llamado por ‘La Prensa’, invadió el paupérrimo gramado del estadio iqueño y paseó en hombros a jugadores y al comando técnico que encabezaba Sabino ‘El Tano’ Bartoli, uruguayo nacionalizado argentino que ya instalado en Perú quedaba a punto de su primera gran hazaña.
Fue la mayor tarde de fiesta en el norte grande y el epicentro se ubicaba en el coloso de Ica. La masa de hinchas impulsó al plantel chiclayano a dar la vuelta olímpica completa, pues lo del ‘Ciclón’ para ese momento ya cobraba ribetes históricos: apenas dos años atrás, en 1967, había ascendido a primera división por ubicarse en el tercer lugar de la Copa Perú y ya tenía un primer subcampeonato en 1968.
Aurich no era para nada el club en bonanza económica que es hoy; entonces había quedado a puertas de su primera final, programada para la noche del miércoles 15 de enero de 1969, cuando la mayoría de chiclayanos ni siquiera tenían en su registro algún choque disputado en horario nocturno. Era una escuadra, sí, prendida del entusiasmo del benjamín y con el impulso de un pueblo todavía golpeado por la muerte de 22 jugadores tras la volcadura de un bus de la institución, en 1953.
Los días previos a esa final, Aurich pagó la suerte del equipo débil. Eladio Reyes acusaba una fuerte lesión en la rodilla que lo ponía en riesgo. De otro lado, Cristal hacía valer su condición de dueño del pase de Hugo Lobatón y lo marginaba de jugar basándose en una claúsula de su préstamo a la escuadra norteña. Además, en tienda rimense todavía se bregaba para que el ‘Ciclón’ quede impedido de aquel partido decisivo por un fallo arbitral que lo “favoreció injustamente” durante un partido con Manucci en el Descentralizado.
Había una clara intención de que el equipo de Bartoli quede mermado en su ánimo pero esto se reforzaba con la vertiginosa compra de entradas que registraban en boleterías cientos de chiclayanos residentes en Lima, y las caravanas que se alistaban en la misma ‘Capital de la amistad’ para irrumpir en Oriente y Norte del Nacional. La final se jugó en un marco encendido de rojo con pliegues celestes, 43 mil fanáticos llenaron hasta el último rincón del primer escenario deportivo, incluso, haciendo estéril la posibilidad de que el mismísimo Lolo Fernández pueda ingresar.
Los chiclayanos adelantaron, pero dos goles en seis minutos de Alberto “Jet” Gallardo le valieron el título a los del Rímac… y la selección a Didí. Pero esa ya es otra historia. Igual, en Chiclayo hubo recibimiento con honores para el subcampeón, que pudo ser el primer campeón provinciano del fútbol peruano. Hoy, el cuadro del colombiano Diego Umaña llega distinto, en “curva ascendente” y, enmarcado por otra realidad, asiste una suerte de revancha… la revancha del “Ciclón”.
Redacción online
Juan Aurich ha detenido el curso del tiempo en Chiclayo. Lo detuvo tras el segundo gol que ayer consiguió, vía el paraguayo Balbuena, y que de paso pagó el boleto en primera clase a la Copa Libertadores 2012. Habían pasado 42 años (y ya se iban a cumplir 43) desde que el ‘Ciclón’ no accedía a una final. Más aun, desde que el escarlata chiclayano tenía negada la bendita posibilidad de ir por la revancha de aquella infausta noche de enero del 69, en el Estadio Nacional. Y mandarla, por fin, al archivo. Pasar el viejo trago amargo de una buena vez.
El gol de Balbuena es la medalla equivalente al cabezazo con que al último minuto Eladio Reyes, comandante del ataque norteño de finales de los 60 en sociedad con Próspero Merino y Hugo Lobatón, batió el marco del Octavio Espinoza en el Picasso Peratta de Ica. Era la clasificación, por idéntico marcador al de ayer en Chiclayo (2-1) para el lance definitorio del Descentralizado 1968 (entonces, los torneos solían prolongarse hasta el año siguiente) ante el Sporting Cristal que dirigía Didí.
Un mar rojo, “el Mar Rojo” llamado por ‘La Prensa’, invadió el paupérrimo gramado del estadio iqueño y paseó en hombros a jugadores y al comando técnico que encabezaba Sabino ‘El Tano’ Bartoli, uruguayo nacionalizado argentino que ya instalado en Perú quedaba a punto de su primera gran hazaña.
Fue la mayor tarde de fiesta en el norte grande y el epicentro se ubicaba en el coloso de Ica. La masa de hinchas impulsó al plantel chiclayano a dar la vuelta olímpica completa, pues lo del ‘Ciclón’ para ese momento ya cobraba ribetes históricos: apenas dos años atrás, en 1967, había ascendido a primera división por ubicarse en el tercer lugar de la Copa Perú y ya tenía un primer subcampeonato en 1968.
Aurich no era para nada el club en bonanza económica que es hoy; entonces había quedado a puertas de su primera final, programada para la noche del miércoles 15 de enero de 1969, cuando la mayoría de chiclayanos ni siquiera tenían en su registro algún choque disputado en horario nocturno. Era una escuadra, sí, prendida del entusiasmo del benjamín y con el impulso de un pueblo todavía golpeado por la muerte de 22 jugadores tras la volcadura de un bus de la institución, en 1953.
Los días previos a esa final, Aurich pagó la suerte del equipo débil. Eladio Reyes acusaba una fuerte lesión en la rodilla que lo ponía en riesgo. De otro lado, Cristal hacía valer su condición de dueño del pase de Hugo Lobatón y lo marginaba de jugar basándose en una claúsula de su préstamo a la escuadra norteña. Además, en tienda rimense todavía se bregaba para que el ‘Ciclón’ quede impedido de aquel partido decisivo por un fallo arbitral que lo “favoreció injustamente” durante un partido con Manucci en el Descentralizado.
Había una clara intención de que el equipo de Bartoli quede mermado en su ánimo pero esto se reforzaba con la vertiginosa compra de entradas que registraban en boleterías cientos de chiclayanos residentes en Lima, y las caravanas que se alistaban en la misma ‘Capital de la amistad’ para irrumpir en Oriente y Norte del Nacional. La final se jugó en un marco encendido de rojo con pliegues celestes, 43 mil fanáticos llenaron hasta el último rincón del primer escenario deportivo, incluso, haciendo estéril la posibilidad de que el mismísimo Lolo Fernández pueda ingresar.
Los chiclayanos adelantaron, pero dos goles en seis minutos de Alberto “Jet” Gallardo le valieron el título a los del Rímac… y la selección a Didí. Pero esa ya es otra historia. Igual, en Chiclayo hubo recibimiento con honores para el subcampeón, que pudo ser el primer campeón provinciano del fútbol peruano. Hoy, el cuadro del colombiano Diego Umaña llega distinto, en “curva ascendente” y, enmarcado por otra realidad, asiste una suerte de revancha… la revancha del “Ciclón”.
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